martes, 15 de enero de 2013

Última gota de noche

El peso del cuerpo comienza a ponerse ridículo, el ser humano es hoy 93% agua, hoy todos duermen desilusionados en sus tardes monótonas que parecieron hoy, querer cambiar de dimensión, casi nos abandonamos todos a nuestras nuevas intenciones, yo a las mías, tu a las tuyas y el a las suyas, todas diferentes pero en el fondo iguales. Cambian por completo las constelaciones, las promete la gravedad de una forma, las devuelve el magnetismo de otra forma muy diferente. Y todo queda exactamente como lo soñó aterrada mi tristeza. Tu perdida en tu mundo sin mi y yo perdido en mi mundo sin nadie, sin ideas, solo rencores, humillaciones prehistóricas. Antes que tu llegaras, cuando había aún algo de sólido en mi, cuando aún creía en mis propias mentiras, cuando aun me esperanzaban mis esperanzas. El plan espera su mejor momento para nacer, espera la tibieza propia de la temporada adecuada. Cuando la primavera rompe la negra mordida del invierno. Cuando el alma encuentra una fuga en la pura orilla de si misma
en la rica puerta universal, en dónde deposito ahora mis sueños, mis primeros sueños de libertad, que no le temen ni al conocido silencio, ni a las telarañas que solo comen moscas secas. Todas las arañas del techo solo para mi, que soy el único que está solo, el único que se quedó sin nada, fui todo lo que quedó para mi. Soy el sueño, la percusión y el silencio, la respuesta molesta y apresurada a las preguntas que jamás debieron ser. A esas dudas orquestadas en sets de televisión, que guardan un cierto encanto de lo borroso de su imagen. Carta de madre a hijo, y carta de un marido para su mujer.

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