jueves, 20 de diciembre de 2012

Cerro

Se sale de la ciudad,
por la última calle,
lo último que se ve son los niños,
sus huellas.
Lo primero que se ve, las liebres huyendo ya.
Las mulas amarradas,
algunos alambres de púas,
no son nada extraño.
Extraño que llores al caer de los barrancos,
que llores cuando creas que te abandono.
Los encinos totalmente oscuros,
con muchos tipos de hongos,
ninguno alucinógeno.
Solo una persona ha ido.
Solo ella y la espectacular lluvia del sol,
que muy escasa llega entre el techo de hojas.
Hongos blancos gigantes que revientan,
arañas que nunca están,
¿Dónde están todos los animales?
¿Por qué hay tan poquitos animales?
¿Por qué nadie está en esta hermosa luz?
¿Por qué está abandonado?
Solo llegan los días y las vacas
a ver que nunca nada cambia.
Cuerpo de animal que trae con sigo el miedo de animal,
el frío y el calor se convierten uno en otro rápidamente.
Aparece el sendero
escondido entre unas matas.
Es en verdad un no tan corto camino.
Se acaba la hierba,
el suelo es solo piedra anaranjada,
piedra vieja del Oeste,
piedra de cañón,
más piedra que tierra,
sólo piedra de hecho.
En el mismo lugar siempre ataca el cuervo,
me recuerdo para combatirlo sin marearme,
sin rodar miles de metros hasta el suelo,
sin recorrer la espinosa superficie inclinada.
Vuela en línea recta hacia mí, gritando con todas sus fuerzas.
Después de todo, mis violencias resultan ser más fuertes.
Más que sus altísimos gritos,
que nunca son tan altos como los del halcón,
vuela más alto y más rápido,
es el dios de aquí,
dios que gobernaba aquí en el pasado,
dios de oro, con oro, del aire,
te dejo caer en donde estás.

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