jueves, 30 de diciembre de 2010

Reconociendo la fuente (segunda parte)


La adolescencia asoma la cara con los ojos pelones por la misma calle que la formó,
por aquellas calles hechos de guitarras enojadas,
de miradas femeninas que vivían sus felicidades,
simpatías que yo ignoraba.
Un dolor la retrasa en ese atardecer maravilloso en el que un mundo de gente empezaba a oscurecerse mientras el viento un poco helado corría entre las decisiones y los sentimientos.
Tierra, grietas en el suelo por aquella fresca calle de hospitales,
he andado aquí en toda situación: mañana, tarde, noche, verano, invierno.
La casa con el desierto pintado en plena definición de la montaña,
donde la hierba crece entre los autos vacíos y de negocios curiosos.
El parque de las pinturas y los niños roqueros.
Crece la hierba frente a los ojos de todos los que suben por la montaña.
Listo para las banquetas y las luces urbanas.
Pasillos, túneles.
Todo vuelve de las imaginaciones desaparecidas.
Seriedad, felicidad, absorción,casi religioso, definitivamente si espiritual, energizante.

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