martes, 18 de febrero de 2014

Paisaje surrealista de Baja California (420, 2012)

El mar viajó por todos los tiempos,
se escondió en la luz que giraba y giraba,
se convirtió su piel en piedras infinitas,
mojadas de pasado,
confiadas en la lejanía inquebrantable del horizonte,
en lo borroso de la lejanía,
donde todo se convierte en grís.
Plantas de un verde más brillante,
plantas más activas,
plantas llenas de movimientos.

Millones de inclinaciones y cañones
han llovido por milenios.
Agua que censura
corriendo por las horas contemporáneas
que se escurren entre la base de los cerros.

Cerros infinitos, plantas infinitas.
Lo esférico infinito.
Finito e infinito.

Tiempos lejanos de la noche,
de la simple noche de todos.
Nos retorcemos de sueño y de frío.

El sol aquí roza la tierra cuando comienza la noche
mucho más larga de lo esperado.
Línea que confunde su longitud.
Dimensión inferior que no recuerda su edad.

Hay víboras y hay chamanos.
Hay sombras y locos.
Hay luces que desaparecen.

Un nombre se queda dormido para siempre entre las dulces y mágicas espinas del desierto.
Así de ridículamente feliz resultó su vida.
Cultivando fresas al atardecer,
creciendo y viviendo encima de una de sus hojas llenas de luz.
Mi reloj ha cambiado,
el conceptoo ha desaparecido.

Cuanto espacio hay entre las líneas de luz amarilla de las montañas.
En este desierto las víboras son más largas.

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