lunes, 17 de febrero de 2014

Odio el grito



Odio el grito, lastima los oídos de la almita. El grito asusta cuando de repente violento en el simplón vacío del silencio, ya tan hartamente descrito, nace el canalla. Tocan la puerta, realmente y como siempre, de forma común, no de forma literaria. Alguien habló y dijo algo que no escuché, sordo por el ruidajo muchas veces molesto de la almita. Descripción del presente que siempre ocurre, que llena hojas y hojas, sombras y sombras. Hojas de flor desnuda, sombras que terminan en la misma pregunta. El trip que se repite y se repite, el rato de a cada rato de la vida, momento de seguridad e inseguridad. Agosto. Escepticismo: la suave cama de la vida. La última respuesta del coraje de los dewterministas. Serios, viejos, no ven ya hacia ninguna parte. “ya no dijeron”, aplicaron la de “hasta aquí llegamos”,  “de aquí para allá no avanzamos”… Mar invisible de grillos, infinitas opciones auditivas, palabra de la noche, nunca dice nada malo su negro misterio que aunque oscuro, está bastante iluminado, plateado. El día es de oro y la noche es de plata. El sol es el frío de ocho horas de oro que llena de plata la distancia en el universo. Las estrellas escogieron vivir en un espacio negra para alcanzar a verse unas a otras, para ver que no están solas. El problema con nosotros es que no podemos ver nada porque somos más lentos que la luz.

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