lunes, 31 de agosto de 2009

Un árbol

Un árbol, al parecer sin donde. Solo está ahí con sus arrugas afiladas. Hay gente que se le acerca, uno por uno, lo abrazan, lo acarician con sus mejillas. Lo sienten y dejan que los sienta. Uno por uno. No pasa el siguiente hasta que se cae para arriba el primero. Cada uno se eleva restregando su rostro y su cuerpo, rápida y violentamente, contra la rudísima corteza del árbol y las afiladas espinas. Antes de perderse en el follaje, ya llevan la carne bastante destrozada.

Una habitación a oscuras, solo la luz de la televisión prendida iluminaba un poco. Había dos camas individuales en las que dormía una pareja, cada uno en una cama. Miraban la película del árbol y la gente que iba hacia él a destrozarse. El hombre, muerto de miedo por las escenas de la película, le pide a su mujer que se pase a dormir con él. Esta no le contesta. La llamó tres veces. Antes de hacerlo por cuarta vez, de miedo se le ocurrió que podría estar muerta. La llamó por cuarta vez. Si puede estar muerta, toda la tarde se sintió muy mal. No estaba exagerando. Se paró y fue hacia ella. Cuando la vio más de cerca se dio cuenta de inmediato. Si estaba muerta. La llamó por quinta vez. Luego muchas veces. Estaba totalmente muerta, su piel parecía ahora un plástico opaco. Le empezó a pegar para que reaccionara, le pegó y le gritó con todas sus fuerzas.

Me fui caminando por el desierto. Era un desierto difícil, lleno de olas, pero no era tampoco nada imposible. Con mucho más movimiento del que se esperaría de las grandes masas de arena que conformaban el suelo. Olas de desierto… Escalé una pequeña loma, un poco más alta que yo. Llegando a la cima pude ver que del otro lado había un pequeño río, y justo por donde llegué había un pequeño puente de arena de apenas el ancho de un pie. Sentí que eso fue mucho más que una gran casualidad. Lo crucé fácilmente y llegué al otro lado, desde donde pude ver que de nuevo estaba apunto a de cruzar! Allá estaba yo otra vez (otro yo, el yo de hace unos veinte segundos). Era dos. …A lo lejos, pude ver un gigante que se acercaba por el horizonte llamando al otro yo, quien fue a su encuentro en cuanto se percató de la llegada de este. Allá iba yo, y aquí permanecía. … En cuanto, estuvieron cerca, el gigante rojizo, comenzó a golpear horriblemente al otro yo. Estábamos siendo atacados por un demonio del desierto. Salí arrastrándome lentamente, que era lo más rápido que podía moverme. En cuanto dejó muerto al otro yo, vino contra mi. Nuestras velocidades eran muy distintas y sin mucho esfuerzo me alcanzó…

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