sábado, 8 de enero de 2011

Bemi

La cabeza pesadísima.
Tarde rocanrolera.
La ultima cuerda revienta chiquita.
Juras amor en vano.
Llanto milenario para que las luces ya no sean anaranjadas, por favor.
Nos hemos quedado roncos de tanto pedirlo,
y quienes deciden ni siquiera intentaron entender,
por favor devuélvannos nuestro amor por la humana iluminación nocturna.
Invítennos a caminar por calles que nos reserven insoñables sospechas: callejones verdes con chispas pasteles de luz que descienden como nieve frente a los descifradores de la noche que cantan suave sobre suaves pianos.
Avanza la noche sobre los pinos y dejan de ser sombríos los callejones.
Son un tesoro a la vuelta de la esquina,
lo hermoso en cada pisada...
La soda resbala y cubre el suelo como jazz de persona elegante,
tirándole mucho a clásico.
Los gatos al fin parecen recuperar su antigua gloria,
perdida por más de medio siglo de mal gusto musical.
Cocaína y suelos de colores opacaron los maullidos.
Marihuana y cielos de colores silenciaron los maullidos que vuelven rápidos acelerados,
rasguñando en madrugadas donde suelen a veces salir volando gracias a patadas desgraciadas.
Patadas de amor,
de desesperación cansada,
de inconsciencia,
por lo tanto patadas inocentes,
patadas presas,
dolores olvidados cada mañana.
Después de algún tiempo, lo que empezó como una sincera sonrisa se transforma en la misma repulsión uraña de siempre,
consecuencia inevitable de un criterio serio y formal,
estricto y simplón.
Cero animales,
nada de sus misteriosos caminares por la casa,
mucho menos por la cocina.
Dicho esto inmediatamente, su humanidad incomprensible se volvió una ridícula cárcel,
se cerró la entrada al universo,
prohibiciones fantasmales vengativas.
Uñas erosionando la madera urbana que contenía todo lo que aquel ente era,
blancura enferma de muerte desde el nacimiento.
Gracias a dios lo poco que vivió fue mucho más que solo ese huevo altarudo y silencioso.
Una tarde auxiliada por una maliciosa ayuda,
la gata corriente huyó para todas las calles,
se fue para nunca más volver a tener ganitas de andar tripeando con humanos.



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